miércoles, 11 de agosto de 2010

El arte salvaje de leer

Ser un engendro derivado de un caracol (y una olla) tiene sus limitaciones. Por ejemplo, no puedo hacer manualidades, ya que carezco de extremidades.

Con estos ojos, lo más que puedo hacer para pasar el rato es leer, con la ventaja añadida de que mi cuerpo baboso es muy útil a la hora de pasar las páginas.

Me gusta mucho leer. Tardé un tiempo en hacerme lector desde que llegué a este planeta. El ritual de la lectura no me ha seducido hasta pasado un tiempo.

La lectura tiene algo irresistible una vez que te seduce. Empiezas un libro y tienes todo el peso de las páginas a la derecha. Conforme avanzas, ese peso se va nivelando hasta que poco a poco invade totalmente la parte izquierda.

Las páginas se van ennegreciendo en el canto del libro, señal inequívoca de que estás leyéndolo. Las esquinas se desconchan. El marcapáginas pasa a formar parte de la portada. Avanzas en la lectura entre las ganas de conocer el final y la pena por terminarlo. Y de pronto, en un momento dado, llegas a la última página. Cierras el libro, ¿y ahora qué? La vida tiene que seguir.

Cuando vamos en metro, es normal ver gente leyendo libros. Lo que no es tan frecuente es ver gente terminando de leer libros. Ser testigo de un momento así es un privilegio. Hay reacciones de todo tipo, pero siempre hay renovación. Generalmente, el lector que acaba un libro, ya sabe cuál es el siguiente en la lista. El tiempo que pase entre uno y otro depende de cuánto más queramos permanecer en ese mundo literario creado para nosotros.

Ahora me he leído la soberbia (y espesa) novela "Los Detectives Salvajes", que tiene una estructura de pluma: un raquis principal del que surgen barbas-microrrelatos que inflan la historia principal en el futuro. Tras este libro, ha venido "El Arte de Volar", un retrato de la España miserable de perdedores y perdidos en la Guerra Civil Española y la posguerra.

Suelo intercalar novela gráfica con novela tipográfica. Ahora voy a romper esa norma con la lectura de "La Felicidad Inquieta", otra dosis de cómic (al igual que "El Arte de Volar") para tratar de compensar el mundo de Roberto Bolaño.

3 comentarios:

Eynar Oxartum dijo...

Eso de ser un caracol aficionado a la lectura tiene sus ventajas: cuando te terminas el libro te puedes zampar las páginas. Es como un humano leyendo un libro de chocolate.

Alguna vez he pillado a los caracoles que tengo yo como mascotas zampándose mis apuntes de física. Como no tienen manos para escribir ni pueden hablar, nunca supe si conseguían resolver los problemas de teoría cuántica de campos que a mí no me salían.

jaramos.g dijo...

Hoy "puedo" escribir un comentario en tu blog, cosa que deseaba hacer desde hace mucho tiempo. "Puedo" porque me resulta más asequible que casi siempre lo último que en él aparece. Siento, acongojado, a menudo la picha hecha un lío al bajarme en el planeta, y lo hago con muchísima frecuencia. Ya lo sabes. Bueno, a lo que voy. De esos tres libros, ¿son aconsejables los tres?, ¿alguno más que otro? En principio, me atrae el de la guerra, pero... Saludos, amigo Oli.

Oli dijo...

¡Hola a los dos!

Ojalá fuera tan fácil aprender tan sólo comiendo literalmente libros. Habría auténticos recetarios con libros como ingredientes. ¿Te imaginas una receta que mezclara "La Metamorfosis" con, por ejemplo, "Fahrenheit 451"?

Jaramos, gracias por comentar allí donde te apetece. Sé que Planeta Oli puede ser complicado a veces de comentar. Yo mismo calibro la participación en función de las cosas que cuento. :o)

Te recomiendo "El Arte de Volar". No es un libro maniqueo, sobre rojos o nacionales, sino sobre perdedores y aún más perdedores. Se lo voy a dejar a mi padre para que lo lea, que nació en la posguerra. Creo que le va a gustar.


OLI I7O